Y lo sabía en el fondo. En la oscuridad
escuchaba el estertor agónico de la bestia y temía. Y la buscaba para
consolarla en sus últimos minutos, tratando de posar su mano sobre ella para
que no estuviera sola sabiendo que nada la salvaría y que al igual que muchas
más bestias majestuosas y salvajes, moriría en medio de la nada, sin nadie
escuchando su agonía, nadie contemplando su espíritu animal abandonar su
cuerpo, sin quien escuchara su último suspiro e inhalara su último aliento
salvaje. Y se quedó a contemplarla en la oscuridad sabiendo que lo único por
hacer era acompañarla en su último momento, esperando por el amanecer para ver
si se alcanzaba a reflejar el sol en sus ojos una última vez y con la absoluta
certeza de que al morir, le dejaría inmensamente sola en ese bosque a merced de
bestias más salvajes, hermosas, indómitas y hambrientas.
La
Bestia – El Libro de Hoy
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