viernes, 2 de diciembre de 2011

NICK CAVE

“Sé que no gustarán a todo el mundo. Sé que no son temas para todos, y que a veces necesitas tener un buen estómago para escuchar algunos de los temas, pero mis canciones me encantan. Son temas periféricos, a remolque de otras canciones. Están en la parte trasera del autobús. Apiñadas en la parte trasera, burlándose… Fumando y burlándose de las demás canciones.” De esta manera tan sincera y diáfana se refirió Nick Cave al espacio que parecen ocupar sus canciones en la historia reciente de la música. En efecto, sus melodías y letras se encuentran deliberada y conscientemente en el extrarradio de la tecnocracia musical hoy en boga. Caminando siempre en el extremo de la línea convencional, Cave explora todos los excesos emocionales a la busca y captura de la verdad, mientras deshace con la verborrea de su fraseo la comodidad de las armonías que tan bellamente él mismo ha concebido. Escribe sobre el amor o el odio desde el corazón, aunque cargado a menudo de ironía hacia un mundo donde se practica la impostura. Por eso representa con sacrílega pero religiosa devoción el papel de antagonista respecto de la hipocresía reinante, convencido de su supernatural estilo de vida (all supernatural on me, supernaturally), el cual se evidencia en todos sus conciertos, donde interpreta con la efusiva desinhibición de un místico o un exorcista cada una de sus canciones, que tanto ama porque reflejan lo que quiere mostrar y ser.

Nos encontramos, pues, ante uno de los cantantes de trayectoria más personal de las últimas décadas, rigurosamente anclado en la periferia de la cultura no ya por convicción intelectual sino fundamentalmente por coherencia emocional. Como muy bien señala el propio Cave en determinado momento de su último disco con los Bad Seeds, Dig, Lazarus, Dig!!!, la mayoría de la gente suele manifestar un gran miedo al cambio, pero en su caso el temor a permanecer siempre en el mismo sitio es mucho mayor, consciente de que el juego de la vida está perdido para quien no se renueva. Precisamente este disco constituye desde un punto de vista estrictamente sonoro una de las propuestas más innovadoras de la historia del rock, consecuencia de la fructífera hermandad de Nick Cave con su media naranja, el múltiple instrumentista Warren Ellis, pues ambos llevan pariendo en coyunda deleites para los oídos sus ya buenos quince años, más los que se presume que quedan de investigación conjunta de las posibilidades que el sonido ofrece.

Podemos señalar al menos un par de acontecimientos que Nick Cave ha reconocido como primordiales para el inicio de su carrera artística. El primero, la inesperada muerte de su padre cuando él tenía sólo diecinueve años, que socavó su sensibilidad impeliéndole a desear en adelante y por siempre rellenar un vacío en su interior. El segundo, el descubrimiento de la música del maestro Leonard Cohen, que manaba de dentro y no se parecía a nada de lo hasta entonces conocido por el joven australiano. El poeta canadiense transmitía a mil besos de profundidad la conciencia del dolor inherente a la vida, y la transformaba en palabras y música, convirtiéndola así en venero de la inspiración que habría de servirle para expresar lo que necesitaba compartir. Y Nick Cave podía reconocer en sí mismo esa necesidad de crear, que a buen seguro no había acertado todavía a modelar, un prurito que procedía de la experiencia traumática que para él había supuesto el fallecimiento de su padre, y que entonces aprendió a formular siguiendo el ejemplo que Cohen le estaba brindando.

Por lo tanto, Nick Cave tomó la senda de la creación artística a la que por su condición y situación se sintió llamado y ha terminado por convertirse en un artista polifacético, dado que no sólo se le conoce como músico sino también como novelista o guionista. En el terreno narrativo publicó hace ya veinte años una novela, And The Ass Saw The Angel, cuyo título es una cita del Antiguo Testamento, principal fuente de influencias de toda la lírica caveana. Se trata de una novela apocalíptica y visionaria, de protagonista y estilo faulknerianos, que cosechó muy buenas críticas, y de la que incluso llegó a publicarse años después una adaptación musical con extractos leídos por el propio Nick Cave. Veinte años después el australiano vuelve por sus fueros con otra novela mordaz y brillante, The Death Of Bunny Munro, en la que da rienda suelta a un sorprendente y envidiable don para la escritura, y que ha promocionado con una gira de conciertos en los que, amén de las canciones, forman parte del evento lecturas de capítulos –es impresionante contemplar a Cave recitar su prosa como una homilía, la recitación de quien se interpreta de memoria a sí mismo- y hasta turno de preguntas, acompañado por supuesto de su pareja de diabluras Ellis.

Puedo asegurar que su estilo es personalísimo, haciendo gala de aquello que el propio Warren Ellis calificó de incesante verborrea durante las improvisadas sesiones de composición del prodigioso disco doble intitulado Abattoir Blues / The Lyre Of Orpheus. El rijoso protagonista de su nueva novela es un impulsivo y grotesco seductor, embarcado en una huida hacia delante tras el suicidio de su trastornada mujer, y acompañado de su hijo, testigo del deterioro de su padre, quien encarna la mediocre confusión en la que viene naufragando la posmodernidad occidental. Un viaje de padre e hijo cual el del sublime pulitzer de Cormac McCarthy, The Road, narración en la cual la pesadilla, la violencia, la ternura o la más absoluta desesperación conviven con armonía en medio de la austeridad y el laconismo, proverbiales en el estilo del autor de Blood Meridian, por cierto la novela favorita de Nick Cave. Eso sí, la narrativa de Cave siempre concede espacio a la ironía o el humor negro, a diferencia de McCarthy, un genio instalado en el horror. Ambos parecen compartir un sentido de la belleza sólo viable en la condimentación de brutalidad y bondad. De hecho, Nick Cave ha defendido que sus canciones de amor pretenden sugerir el terrible potencial de las verdades humanas, convirtiéndose en desgarradores retratos de los sentimientos opuestos con que la humanidad bombea su sangre.

El asesinato de Jase James... No resultará ya casual a nadie que la banda sonora de la solvente adaptación de la última novela de McCarthy haya sido compuesta por Nick Cave y Warren Ellis. Y ya van unas cuantas bandas sonoras creadas por ambos, entre las que cabe destacar The Assassination of Jesse James By The Coward Robert Ford –con cameo incluido de Cave en la película, que ya ha actuado en algunos films-, así como The Proposition, cuyo interesante guión escribió el australiano y que demuestra de nuevo su talento para la narrativa. Especialmente descuella en las historias de Cave esa ambientación sórdida y delirante que tiende a apropiarse de ellas, tal como ocurre en este sugestivo western en el cual cierto forajido acepta la proposición de matar a uno de sus hermanos para salvar al otro, con una brillante secuencia final en la que el moribundo y su fratricida comparten la contemplación del desértico horizonte. De manera que Nick Cave ha trabajado de actor, es novelista y guionista, y se ha dedicado a la música en tanto que pintor frustrado. Además, este artista polifacético ha desarrollado su carrera por el ámbito acústico por diversos registros: las bandas sonoras junto a Warren Ellis, recientemente recopiladas en un compacto bajo el título de White Lunar, toda la legión de discos en compañía de los estupendos músicos de The Bad Seeds, y últimamente en un proyecto alternativo también con Ellis de rock más agresivo con la denominación de Grinderman, del que en breve se publicará un segundo álbum.

Si alguien pretende dar a conocer la música de Nick Cave a cualquier neófito, no puede prescindir de las dos vertientes en las que ella se manifiesta: la amorosa e intimista o la oscura y agresiva. Hay dos discos que el australiano compuso al mismo tiempo, cada uno de los cuales representan las dos vertientes a la perfección: Murder Ballads, un compendio de historias de asesinatos que muchos interpretaron como la obra de un sádico a pesar de que a Nick Cave le pareció una simple broma de humor negro con el maestro Dylan de corolario; The Boatman´s Call, con algunas de las más bellas canciones de amor que quien esto escribe haya escuchado, concebido según se comenta durante su breve aunque intenso romance con PJ Harvey. Conviene sin embargo no deslindar nunca una vertiente de otra, pues la presencia de ambas –violencia y ternura- es habitual en cada canción de Nick Cave, quien de hecho considera que todo escritor que renuncia a explorar las regiones oscuras del corazón humano jamás sabrá expresar de manera convincente la magia y el juego del veleidoso amor, en cuyo seno la bondad funda su credibilidad al socaire del aliento de la maldad, constituyendo ambas con su simbiosis la belleza en cuanto que capacidad de sufrimiento. En un mundo como el nuestro donde la convivencia en sociedad reprime inexorablemente los excesos e instintos de la imaginación, desechada y marchita, resulta natural que ésta pugne por florecer en algunos irreverentes, quienes le reclaman sin miedos un espacio alternativo, y con tal irresistible anhelo que parece que más bien sólo pueda arraigar en su desarraigado corazón. Nick Cave pertenece a esta pura raza de advenedizos, avanzando contra la corriente de lo convencional (I just want to move the world), y declara a tal efecto tales principios en uno de sus himnos, “The Mercy Seat”, en cuyo estribillo -repetido una y otra vez- asegura que su cabeza está ardiendo mientras el asiento de la misericordia le espera, pues ha elegido hacerse a sí mismo a la medida de la verdad, y ése es su anhelo, sin miedo ya a morir y de todos modos dispuesto a ser sincero porque nada tiene que perder.

De sus distintos periodos musicales, servidor prefiere el de la última década, donde Nick Cave se instala en la madurez y sus canciones, aunque intensas, tienden a volverse más reposadas y poéticas. La melancolía cede aquí paso al sentimiento espiritual que viene subyaciendo durante toda su obra lírica. Se ha casado, ha sido padre y sus canciones de amor pretenden intencionadamente llenar el silencio que media entre nuestra presencia y la divina, entre nuestra temporalidad y lo atemporal. Las palabras y los sonidos que engendra supusieron siempre, pero ahora más que nunca, un esfuerzo de elevación desde la tristeza de la mediocre falibilidad humana hasta la verdad que Dios representa y que toda obra artística intenta rozar en su esfuerzo por permanecer más allá de lo anecdótico que en ella se reproduce. De hecho, la facilidad con la que una canción de amor puede arrebatarnos de la razón imperante para conducirnos al extravío del reino de la irracionalidad, dirigiéndose con su “saudade” hacia Dios, así como su capacidad para resistir más allá en el tiempo que el objeto al que se refiere, son las dos cualidades que más apasionan a Nick Cave de este tipo de canciones, con cuya concepción siente que tiende al éxtasis divino (Me, I´m a soul-catcher for God). A ese respecto se nos antojan representativos varios de sus últimos discos, pero muy especialmente la que consideramos su inefable obra maestra: No More Shall We Part.

Se trata de un álbum cuya escucha conmueve e incluso puede conmocionar a quien –como es nuestro caso- reconozca como un alma gemela, por su manera de experimentar la vida, a Nick Cave, portavoz de una honestidad brutal en la expresión de sentimientos que ejerce verdaderos efectos balsámicos en algún que otro exiliado interior. La impostura no tiene cabida en su música y, al menos en nuestro caso, posee la virtud de contagiarnos su vitalidad al instante, e incluso ha llegado en alguna ocasión a conseguir que lloremos de alegría con la energía de sus canciones –estoy recordando al respecto “There She Goes My Beautiful World” del disco Abattoir Blues-. No More Shall We Part es un álbum publicado tras un silencio de cuatro años, una obra indudablemente meditada, pareciendo exprimido el jugo de cada uno de sus temas al máximo, tanto por Cave y su piano como por el resto de la banda, con Warren Ellis ya perfectamente adaptado al grupo y la alargadísima sombra de Mick Harvey envolviendo como siempre al cantante.

Su disco matrimonial, como reza el maravilloso título, comienza con la que no dudamos en considerar su mejor canción, tanto desde el punto de vista musical –qué piano- como temático y estilístico. Se llama “As I Sat Sadly By Her Side” y vamos a detenernos en ella. Cuenta una conversación con la mujer amada mientras ambos observan el mundo pasar (and we watched the world as it fell past) a través del cristal de una ventana, sentado él tristemente junto a ella, que acaricia entretanto un gatito –símbolo del hogar familiar durante el disco-. Esa lograda expresión con la que Nick Cave denomina esta canción poliédrica remite precisamente al sentimiento de melancolía que le embarga por la toma de conciencia que supone darse cuenta de la presencia del ser amado, la persona con cuya compañía acaricia el gatito de la plenitud y que focaliza en el afecto que por ella se siente la compasión hacia el mundo en general, que a causa de ese amor se ve fortalecida, pues se siente fuerte quien se siente amado y vivo quien se siente amar. Toda la atención se dirige hacia la amada en su compañía, experimentando la cercanía de su tacto, la conmoción de su presencia y –con ello- la tristeza de ser consciente de ese instante infinito en el que todo cobra sentido pero que también se sabe que no permanecerá, como un anhelo condenado a extinguirse por cuanto se consume en el acto de consumarse. En ese sentido, la languidez de esta canción se nos antoja arrolladora. Entonces ella barrunta con la suavidad de sus flamantes ojos (with brand-new eyes), mientras ambos aprietan sus rostros contra el cristal, acerca de la posibilidad de que todas las personas y fenómenos tangibles se encuentren en un proceso de continuado y precioso derrumbe (all are there forever falling, falling lovely and amazing) como en un movimiento de eterna erosión hacia la nada sin sentido.

Ella le sonríe, esperando la réplica de él, pendiente de los cabellos de ella, que caen hasta sus hombros como cae todo fenómeno. Ella le cede con delicadeza la palabra –así como el gatito- y, mientras ambos vuelven a presionar con sus caras el cristal de las ventanas a través del cual contemplan el estado del mundo, él puede ver -gracias al amor que por ella siente- que es un error creer que todo tiende a la nada sin sentido y, en consecuencia, todo da igual. Aunque todo tienda a la nada, todo está conectado hacia esa nada y la cuestión capital de la vida es que se pierde su sentido cuando se dejan de ver las conexiones entre cada uno de nosotros y toda realidad exterior (all outward motion connects to nothing) de manera que si vemos a alguien caído en la calle (that one falling in the street), pisoteado por los pies de sus vecinos a quienes suplica ayuda entre gestos, no nos preocuparemos de él, pues no estamos atentos a las señales externas, demasiado pagados de nosotros mismos, ¿o no es acaso eso lo que hacemos cada vez que alguien nos viene a pedir en el metro (aunque sin mirarle a los ojos, claro)? Si cada cual se ocupa sólo de sus necesidades inmediatas (for each is concerned with their immediate need) se genera la paradoja de que sólo quien vive pisoteado en el arroyo de la necesidad más primordial puede distinguir qué es lo primordial y ve cómo otros que no ven por su ensimismamiento egoísta se tropiezan con él, en vez de ayudarle a levantarse a fuerza de haber atendido a lo primordial y no a lo accesorio. El vídeo de la canción demuestra que Nick Cave se está refiriendo a ésta, la cuestión primordial, pues mientras canta aparecen tras él imágenes de la Segunda Guerra Mundial y del horror consecuencia de la acción humana.

Así, temblando por el dolor de la consciencia que supone descubrir la inconsciencia ajena, él se vuelve hacia ella y le aparta los cabellos de los ojos porque está comprobando que no le permiten ver, cegándola en su caída hacia los hombros como todo fenómeno tangible que cae hacia la nada sin sentido. Ahora es el turno de ella, y el gatito salta de nuevo a sus rodillas mientras descorre las cortinas de la ventana para que él compruebe de una vez que más allá del cristal no hay nada que le concierna en el mundo que contemplan. La espiritualidad resulta ridícula a ojos de la razón, y si es verdad que Dios le concedió a él un corazón, no es su hogar el corazón de sus hermanos (you are not a home for the hearts of your brothers) ni le preocupa a Dios la benevolencia que él tiene o les falta a otros, igual que no se preocupa de quienes se sientan a juzgar el mundo desde una ventana (in judgement of the world He created) mientras el dolor se apila a su alrededor, el dolor que engendra este mundo feo, inútil y demasiado hinchado (over-inflated), en definitiva sobrevalorado. Resulta impresionante escuchar el final de este parlamento en el que Nick Cave pronuncia las últimas palabras con la rabia contenida que se le supone al discurso de la mujer amada, el rencor posmoderno de quien comprueba que no hay intervención ni compasión de un Dios, que la única verdad es el devenir del tiempo sin sentido alguno hacia la extinción, y que allí donde Dios no existe todo está permitido (Dostoyevski ya se encargó de desmentirlo) sin paz y en medio del ruido y la furia. En el vídeo de la canción se sobrecoge uno al contemplar la explosión de una bomba nuclear justo cuando Cave pronuncia el over-inflated. Y es así como, en efecto, el sufrimiento se apiló alrededor de él (while sorrows pile up around him) mientras permanecía sentado tristemente junto a ella, pues la melancolía es hija de la consciencia, y algún destello de luz nos lleva de vez en cuando a constatar que otro mundo es posible, aunque sólo si cambiamos nuestra manera de verlo –de pensarlo-.

Al final de la canción ella vuelve su cabeza mientras grandes lágrimas saltan de sus ya no flamantes ojos (great tears leaping from her eyes), y es que no llora sino que solloza. Y sabemos cuál es el motivo dado que cuando una persona acumula gran cantidad de pensamientos negativos, reprime durante ese proceso la necesidad primordial de buscar comunión con cuanto la rodea, es decir, reprime sus primigenios sentimientos positivos, y así reproduce y recrudece con más sufrimiento el dolor al que se enfrenta. La manera natural que tenemos de liberarnos de nuestra negatividad es mediante las lágrimas, que nos curan al prorrumpir (over-inflated) en ellas, y quizás porque él lo sabe, mientras ella llora él sonríe. Pero lo que él sabe porque puede verlo al mirar desde la ventana el mundo lo sabe gracias al amor que por ella siente. Esa es la paradoja que nos debe hacer sonreír, eso y verla llorar, porque si llora es que está empezando a ver que el suyo no era el camino hacia la verdad, y la compasión que él puede sentir por el dolor de ella y que le concierne sólo puede ser triste aunque conspire a favor de la alegría, que es la desdichada dicha de toda forma de sabiduría (I could not wipe the smile from my face as I sat sadly by her side).

El resto del disco se encuentra a la altura del fogonazo con el que, como acabamos de comprobar, se abre. La siguiente canción, “Y no nos separaremos más”, sirve de manera bastante significativa a Nick Cave para titular el disco y en ella se refiere explícitamente al casamiento (the contracts are drawn up, the ring is locked upon the finger) como su añorada tabla de salvación. Nunca se sintió libre mientras transitó en soledad, escribiendo cartas en la melancolía del invierno que ahora se percata de que no necesitará volver a empezar (never again will my letters start), pues siempre permanecerá junto a su mujer. Se habla aquí del momento en el que se toma conciencia de lo que supone la consumación del amor correspondido para quien está acostumbrado a vivir sin él y con un constante anhelo. Ahora ya no será sencillamente necesario el anhelo de siempre (it will no longer be necessary) y, al mismo tiempo, puede cerciorarse de que cuando aparece el amor compartido, éste se convierte en expresión de la presencia divina, la cual no consiste en practicar un credo sino en ser plenamente consciente de la liberación que se está experimentando, pues sin la debida atención a los instantes en que la vida se siente infinita y colmada –sin consciencia- no hay ni habrá libertad nunca (I will never be free if I´m not free now). De ahí que el amor correspondido, su consumación matrimonial, la presencia divina y la constatación de esa presencia mediante la propia canción de amor, leitmotiv de todas las creaciones de Nick Cave, sean descritos por el australiano como lo que a menudo suelen ser: el momento más feliz de la vida de una persona. Y, créanme, de qué forma más hermosa apresa Cave ese momento.

La siguiente canción, “Hallelujah”, procede ya en parte de la acidia con la que Warren Ellis hiere su violín, y en ella pensamos que cuando Nick Cave menciona a su enfermera (my nurse) se está refiriendo a su mujer. Al alejarse de ella, todo cuanto observa o acontece se le presenta con sordidez premonitoria (a warning) e incluso bajo el signo del delirio espectral: así, el piano que se agacha descubriendo sus dientes, su pijama colgando como una mortaja, o la invitación a la consumación de la lascivia por parte de una joven mujer. Parece que la degeneración moral, la locura, la perdición y, en definitiva, la inminencia de la muerte, se erigen en inexorables certezas frente a las que, aleluya, Nick Cave ha encontrado medicación en el cacao de su enfermera, su única salvación (my nurse had been my one salvation), es decir, en el refugio del hogar familiar (so I turned back home) al que se apremia a regresar, ya que en casa sí encuentra espacio para sí mismo, para el hado de la canción (singing my song). Todos estos motivos se repiten de manera análoga durante el resto del disco, como en el caso de una de sus canciones más representativas, “God Is In The House”, donde Nick Cave describe imágenes de la corrupción social que abruma las grandes ciudades (that stuff is for the big cities) para despreocuparse de la perversión del mundo en la pequeña ciudad que comparte con su familia en su hogar (we have a tiny Little Force). El hogar se ha convertido en el espacio donde el miedo queda ausente porque las preocupaciones desaparecen al no esperarse nada. Y cuando uno se despoja de lo que desea para limitarse a permanecer presente, deja de dudar (no one´s left in doubt) porque no se dedica a pensar sino a contemplar y, como decíamos, estar. La presencia consciente, desvinculada de toda charlatanería mental, relaja a la persona, y entonces se empieza a convivir con el silencio, pues ya no le hace falta hablar (we all go quiet as a mouse for the word is out) a quien es feliz con la sencilla compañía de sus seres queridos. Y si, cual es el caso de Nick Cave, se concede una atención plena al tiempo en el que uno está experimentando la dicha de la feliz convivencia, además de procurar cultivarla, ocurre que naturalmente se empieza a sentir gratitud hacia la vida, e incluso a tenerse la sensación de que, si Dios provee, debe de ser en instantes como éstos (any day now He´ll come out, God is in the house). Ese tiempo de silencio que emana de la feliz convivencia es el que estimula a Nick Cave a susurrarnos de manera profundamente emotiva el final de la canción, gritándonos en voz baja aleluya.

Durante la hermosa travesía por el mundo interior de este disco, la toma de conciencia de la vida marital, así como del amparo que supone la presencia cotidiana de la esposa, hace brotar en Nick Cave incluso remordimientos por la inconsciencia de no haber valorado a su afligida mujer lo suficiente (I was blind), como ocurre en la bellísima canción “The Sorrowful Wife”, cuyo lirismo, tanto en las letras como al piano, resulta arrebatador. Cave insiste en observar a su esposa mientras con sencillez y ternura desempeña acciones cotidianas tales como cuidar de sus flores, cambiar el mobiliario o contar con sus dedos los días. Y cuando se cerciora de que la salvación de su propia alma se reduce a la captación de esos detalles cotidianos en que se atarea su mujer, emerge en él una pasión incontenible con la que trata de compensar a su esposa, finalizando la canción con violencia apasionada. Hay otras canciones en el disco impregnadas de ternura, como “Love Letter”, en la que la carta de amor –que es la canción- se convierte en una súplica a la amada a quien se dirige, a la vez que en una suerte de plegaria (a kind of prayer), pues ya decíamos que el amor es expuesto durante todo el disco como manifestación divina. También tierna es “Sweetheart Come”, en la que es él quien se convierte en cobijo de los sufrimientos previos de la amada (and be happy in my company for I love you without measure), pues más vale encontrar la felicidad ahora que nunca, y a ella se accederá mediante el coraje ante la adversidad y el perdón a toda ofensa.

Pero comentábamos que junto al motivo del hogar como refugio también aparece durante el disco el miedo al desamparo que implicaría perder ese hogar. En este sentido, la canción “Oh My Lord” parece describir esa pesadilla; de hecho, la melodía vocal se desarrolla en un desbocado in crescendo. La realidad diurna vive su felicidad, pero en la ensoñación nocturna los temores latentes tienen rienda suelta (a crazy vision) en las pesadillas que los manifiestan bajo la apariencia de malos presagios. En la alternativa onírica sufre el abandono de su familia y suplica la protección de Dios (how have I ofended thee?), mientras alcanza a comprender que la respuesta divina a las plegarias se expresa en las lágrimas por aquéllos que no saben lo que hacen en la escalera de la vida (the ladders of life), donde tan pronto te crees arriba como te encuentras abajo (move mysteriously around). Y a ello remite la premonición con que nos zozobra la narración de esta canción. Algo parecido sucede en otro tema: “We Came Along This Road”. Parece como si esa carretera que los amantes recorren fuese el largo camino de la vida en el que nada acaba siendo como uno se espera (I don´t know what I wa hoping for). Y así creyó él que ambos acabarían juntos y nadie más se interpondría, pero el amante de ella dejó el amor de ambos en la cuneta de la carretera y, como sugiere la presencia de la pistola, él dejo al amante y su esposa infiel en la cuneta de la carretera para seguir huyendo por ella hacia adelante. Otro augurio del deceso del amor como posibilidad latente y admonición de muerte.

La muerte se vuelve un elemento predominante en las últimas canciones del disco. De hecho, en “Gates To The Garden” la visita al cementerio de una catedral permite ponderar la vida bajo la perspectiva de la muerte. Los planes abortados de toda la numerosa variedad de personas que allí se encuentran enterradas sin esperanza le llevan a preguntarse si su amada le encontrará en las puertas del jardín de ese cementerio (won´t you meet me at the gates to the garden), una indagación que parece referirse en un sentido figurado a si su mujer y él se reencontrarán o no después de que ambos hayan muerto. Pero la consideración cesa porque la hora apremia a regresar al hogar, a vivir junto a ella la vida (I see the way you breathe alive), pues su mano, con la que abre la puerta del jardín para volver a casa está viva y qué mayor demostración de la presencia de Dios que la vida que corre por sus venas (for God is in the hand that I hold). El impresionante tema con el que se cierra el disco se caracteriza, obviamente, por su oscuridad –no en vano se denomina “Darker With The Day”- así como por la deconstrucción consciente de la melodía mediante la acción del fraseo, salvo en el maravilloso estribillo: recordemos que Nick Cave se refirió a sus canciones como temas periféricos, y éste lo es tanto en su estructura como en la visión de la realidad. De nuevo otro paseo, pero el último (a final walk), en su viaje más allá de los límites de la convención social (the tide of public opinión) desde la que sus vecinos lo escudriñan, consciente ya de que la destrucción que han provocado los hombres (that most destruction) es consecuencia de una elección obtusa. El tiempo pasa demasiado rápido y ya no hay esperanza de poder darle caza, aunque sí de encontrarle un sentido a la vida.

Algunos amigos murieron de frío y otros de frialdad. Entre la muchedumbre devota de una iglesia puede distinguir en la Biblia el cordero sacrificado, pero también el amor jadeando a sus pies. Al salir fuera, las calles gimen en su infinita variedad de personajes, cada uno con su estereotipo a cuestas, siguiendo la vida como si tal cosa (people carry on regardless) mientras la Tierra bosteza de aburrimiento e indignación. Sin embargo, Nick Cave tiene la sensación al contemplarlo todo de que lo que ve parece un adiós, o así lo siente por la ausencia de su amada (Babe, it seems so long). Todo cambia cuando pasa junto al jardín de ella y la ve con sus flores: es un advenedizo en medio del atolladero general, invisible a las precipitadas muchedumbres y absolutamente consciente de la belleza de su querida (you looked so beautiful in the rising heat) frente a la fealdad de la inconsciencia general. Ahora las calles se han congelado por efecto del invierno que anuncia la muerte y él continúa sintiendo el antiguo anhelo de algo que no sabría explicar (full of a longing for something I do not know) y que le lleva a observar a su padre desplomado en la nieve, mientras él sigue buscando y buscando por todas partes, todavía tropezando en el lugar donde había empezado –donde su padre terminó- y con la sensación de adiós tan adentro, de saber que la vida avanza rauda hacia su final en un marasmo de ausencias, desengaños e indiferencia para el que sólo puede añadir que la saudade de hoy será más oscura con el día (it grows darker with the day), más penosa mañana y cada día. Así finaliza este disco colosal de un músico cuya obra conviene atreverse a abordar (Get Ready For Love!) por cuanto puede lograr que con sus canciones experimentemos la esencia última de las cosas, que se reduce sólo quizás al tañido de las campanas:


“Let the Bells ring,
He is The Real Thing”

EL JUEGO DE LA VIDA ESTA PERDIDO PARA EL QUE NO SE RENUEVA

El Libro de Hoy

I've felt you coming girl, as you drew near
I knew you'd find me, cause I longed you here
Are you my destiny? is this how you'll appear?
Wrapped in a coat with tears in your eyes?
Well take that coat babe, and throw it on the floor
Are you the one that I've been waiting for?

As you've been moving surely toward me
My soul has comforted and assured me
That in time my heart it will reward me
And that all will be revealed
So I've sat and I've watched an ice-age thaw
Are you the one that I've been waiting for?
Out of sorrow entire worlds have been built
Out of longing great wonders have been willed
They're only little tears, darling, let them spill
And lay your head upon my shoulder
Outside my window the world has gone to war
Are you the one that I've been waiting for?

O we will know, won't we?
The stars will explode in the sky
O but they don't, do they?
Stars have their moment and then they die

There's a man who spoke wonders though I've never met him
He said, 'he who seeks finds and who knocks will be let in'
I think of you in motion and just how close you are getting
And how every little thing anticipates you
All down my veins my heart-strings call
Are you the one that I've been waiting for?

jueves, 1 de diciembre de 2011

El Libro de Hoy

"The most important of life's battles is the one we fight daily in the silent chambers of the soul." David O. McKay
No estarás sola, vendrán a buscarte batallones de soldados que a tu guerrilla de paz se han enrolado. Y yo en primera fila de combate abriendo trincheras para protegernos, mi guerrillera.

Sola Nunca, Nunca Estarás♥