lunes, 2 de julio de 2012

El Libro de Hoy

Y la pequeña niña me veía desde la distancia y esta vez no me sonreía ni jugaba. Pude notar su rencor y desconfianza en la mirada, su recelo y un ápice de desprecio, si es que es posible que un niño te vea con desprecio. La distancia se acortaba entre las dos mientras se acercaba a mi.

Sentada dodne estaba no tenía energía para moverme, levantarme o seguir. Peor aún, no tenia voluntad de hacerlo. a pasos cortos pero determinados achicó el espacio. Al tenerle frente a mi pude ver el ceño fruncido, los ojos inundados, la expresión inequívoca de la ira y el desprecio en su boca cerrada que era una línea recta impenmetrable.

Después volvió a ser niña frente a mi y mientras una lágrima silenciosa se descolgaba de sus ojos me gritó "¿Cómo pudiste hacernos esto? ¿Cómo pudiste ser tan estúpida? ¿Cómo pudiste traernos hasta aquí? ¿cómo? ¿cómo? ¿cómo?" Cada una de esas preguntas más impotente que la anterior y dando pasos hacia atrás retrocediéndo, alejándose, renegando de mi, despreciándome. Hasta que la distancia se hizo grande y aunque hubiera querido alcanzarla no hubiese podido,

Entonces la vi tumbarse en el suelo y desde donde estaba la escuchaba sollozar quedamente, como lo hacen aquellos a los que no les queda ningún consuelo ni hogar al que volver, ni sitio, ni estrella, ni camino, ni arrepentimiento que valga, ni camino de regreso. Lloraba como lloran los vacíos, los que se descocen y van dejando las entrañas a cada paso. Nada que hacer, ni como poner todo en su sitio otra vez. Nada que hacer.

Lo muerto muerto está

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