lunes, 27 de enero de 2014

Átame

01/07/2006
NO DE MI AUTORÍA, ROBADO DE UN BLOG 

Átame


Nunca antes había deseado atar a una mujer. Y sabía que mentalmente la ataba a él, aun cuando sabía que no tenía derecho a ello.

Se arrodilló a su lado y con gentileza le acarició debajo de los pechos y por la curva de la cadera, un contacto leve y excitante a medida que su fantasía crecía. En ese momento la tenía en su poder. Podía hacer lo que quisiera con ella. Y sabía con exactitud qué era eso. Cuando ella pronunció su nombre, con voz suave y suplicante, se inclinó para darle un beso en la mandíbula y descender por la fina columna del cuello. Dedicó un tiempo considerable a esa tarea. Lentamente descendió, provocándole las cumbres de los pechos, para terminar con incursiones por los pezones erectos. Introdujo un pezón en la boca y succionó, provocándole un jadeo de ruego cuando empleó labios y dientes. Mientras succionaba, dedicó la mano libre a jugar con el otro pezón, apretando y frotando como sabía que la excitaba.

Ella arqueó el cuerpo y se retorció bajo las caricias que le dedicaba. Desesperado por tenerla, pegó el pene a su cadera. Con delicadeza le lamió la caja torácica, después se movió hacia el centro de su cuerpo para meterle la lengua en el ombligo. Sintió los musculos de ella temblar y provocaron una misma respuesta en él. Agarró una almohada y la metió bajo sus glúteos, con el fin de abrirle los muslos y situarse entre ella. Ella emitió un leve gemido, que podría haber sido una protesta... o una invitación.

No le importaba. Sabía lo que quería. Besarla. Darse un festín con su esencia.

Con suavidad le apartó los pliegues del sexo con los dedos y sintió que se aceleraba al descubrir hasta donde llegaba la excitación de ella. Estaba blanda, inflada y lubricada. Con un sonido torturado procedente de su garganta, se inclinó para encontrar con la boca y beber la dulzura con labios y lengua. Sabía a calor, a miel y deseo femenino. Al aferrarla por las caderas para aquietarla con una especia de amable salvajismo, ella gimió en protesta. Pero esa noche quería el control, el poder y la satisfacción de llevarla al climax. No había manera de expresar sus emociones con palabras. A cambio, utilizó la boca.

La besó, la acarició. Experimentó con el ritmo, la presión y el ángulo de la boca hasta descubrir qué era lo que más le gustaba a ella.

Y cuando sintió los primeros temblores del orgasmo contra su boca, sintió que algo fiero y tierno le atenazaba el pecho. Ella gritó su nombre cuando la llevó hasta el precipicio. Él bebió del orgasmo, asombrado por las sensaciones que le transmitía desde el núcleo hasta sus labios. Aguardó hasta que los temblores se mitigaron. Luego, medio enloquecido por su propia necesidad, se arrancó los calzoncillos e introdujo el miembro palpitante en ella. El sexo siempre había sido una forma de placer físico. Pero esa noche era una pequeña parte de lo que sentía. Fué dominado por unas sensaciones que jamás habría podido articular. Sin embargo, las sintió hasta lo más hondo de su alma.

La sintió moverse al mismo ritmo que él. Sin darse cuenta, ella se había soltado y le clavaba las uñas en la espalda.

Entonces él tembló con la fuerza absoluta de su liberación, con la cabeza echada hacia atrás a medida que el éxtasis lo envolvía. Sintió el cuerpo de ella convulsionarse, sintió que lo agarraba con más fuerza, la oyó gemir de placer mientras lo seguía al lugar donde había vuelto a guiarla. Se derrumbó sobre ella, demasiado extenuado para moverse. Cuando el cerebro volvió a funcionar, intentó ponerse de costado, pero ella no se lo permitió.
-Quédate dentro de mí. Murmuró.
Él también quería permanecer conectado a ella el tiempo que pudiera. La rodeó con los brazos y rodó hasta situarse de lado sin soltarla. Ella acurrucó la cabeza sobre su hombro y él le acarició el pelo.
-Deberíamos dormir. Ha sido una noche larga. Murmuró él.

-Sí. Susurró ella.

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