lunes, 27 de enero de 2014

INCERTIDUMBRE

[Incertidumbre: Dícese del sentimiento mas angustioso del universo en el cual te lleva la chingada cada segundo con cada uno de sus intervalos.]

[Indecisión: dícese de algo que te jode cabrónamente a menos que le dejes, o no le dejes, o le dejes, o no le dejes...]




“Something hurts inside… And it burns like hell.”- Claire


[o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.
Mario Benedetti]
Como cada noche la criatura salía de su cueva ya que a la luz del día le era casi imposible salir. El mundo, ahora extraño y poblado de eso que llamaban humanos, había  cambiado mucho desde la antigüedad.
Su edad ahora era imposible de descifrar. Tras haber caminado con hombres sin razón, casi animales como ella misma y sus instintos, ahora, este ser bípedo con “inteligencia superior” se había propagado como plaga por el mundo. De haberle encontrado, le hubieran sometido, torturado, aniquilado. Los sabía y es por eso que se escondía.
Desconocía si había mas como ella en esta tierra pero lo dudaba y, si existían, al igual que ella jamás saldrían de su escondite si sabían lo que les convenía.
Hubo un tiempo en que la criatura había sido respetada, venerada y temida. Objeto de leyendas en las antiguas tribus, adorada por nativos del mundo,  y más tarde, formó parte de la mitología de muchas civilizaciones. A su paso por el mundo había dejado huella en la vida del hombre, pero su existencia en un mundo racional era casi imposible de considerar en un tiempo como este en el que bestias de metal se abrían paso entre los bosques, las montañas, mares y cada recóndito lugar de esta tierra que alguna vez fue virgen, salvaje… hogar.
Por ese motivo se había refugiado en bosques y desiertos. A veces, en los periódicos amarillistas aparecían fotos borrosas de algo con un estúpido encabezado como “Alien visto en la sierra” o “Yeti en mitad del cañón del Colorado”. Pero eso solo eran inventos del hombre. Las verdaderas bestias que reinaban el mundo jamás eran vistas, eran tan antiguas que aun a simple vista eran difíciles de identificar porque tenían tanto tiempo en este mundo que parecían parte de cualquier paisaje agreste.
Normalmente no convivían con humanos salvo contadas excepciones, ya sea porque el humano fuera muy sensitivo y les percibiera en un llano o río o porque este humano fuese requerido para cumplir alguna de las antiguas profecías de las creencias, de los libros de vida a los que estos seres servían y en los que basaban su existencia hasta que todo fue destruido.
Ahora no era posible escuchar las palabras del libro en el río, ni en el bosque, ni en la montaña. Malditos humanos.
Por ahora, se alojaba en las montañas, escondida. Sus extremidades eran largas y delgadas, huesudas y su piel de un pálido color verdoso y llena de surcos profundos que parecían mas la corteza de un árbol que la piel de un humano viejo. De forma humanoide, no tenia forma femenina ni masculina al ojo humano y  sus rasgos no eran bellos sino sombríos; de ojos hundidos que, en la oscuridad podían brillar ante el mas mínimo haz de luz, unos labios largos, delgados y agrietados que horizontalmente  abarcaban más allá del limite de sus ojos, mandíbula alargada y  que terminaba en un cuadrado al igual que su cuello. Su escaso pelo era del color de las hojas de maple secas en otoño, largo hasta las rodillas en algunos mechones y corto hasta el hombro en otras. 
Sus pies de dedos largos y huesudos le gustaban mucho. Sus piernas eran fuertes y le ayudaban a correr libre por las noches de invierno, en la nieve o sobre las ramas. Adoraba escuchar a las pequeñas ramas y hierbajos del bosque romperse bajo sus pies. Para cualquier otro ser no era más que un simple “crack”, pero esta criatura conocía los lenguajes del agua y de las gotas de rocío, y también el de las flores y ramas moribundas. Y cada sonido era en sus oídos un grito agonizante, una suplica, un último estertor.
Cada vez que las pisaba, dentro de si, sentía el enorme placer de terminar una vida, la conmoción de saber que ese ser no volvería, ni se regeneraría como era originalmente y la paz que daba saber que la mayoría estaban condenadas a la muerte solitaria sin nadie que les escuchara exclamar una última suplica… al igual que ella.
A veces, en la soledad de la cueva, recordaba sus cruces con humanos, como una niña de cabellos castaños vestida de rojo extendió su mano para suplicarle ayuda cuando una criatura del bosque la devoraba tras haberle abrazado con ternura y como, finalmente, esta niña se resignó a la suerte de ser devorada y disfrutó el hecho de morir a manos de tan exquisito ser. Contempló la vida escaparse del cuerpo de esa criatura y como en los últimos instantes de su vida, perdió la inocencia para transformarse en un ser ávido de esa hambre, para después perderse para siempre en las entrañas de alguien mas.
En otra ocasión, un hombre se había recargado en ella. Corría agitado por un bosque; al mirar a las cuencas de sus ojos se dio cuenta que, tras lo que sea que le hubiese sucedido, ese hombre ahora era tan salvaje como ella.
Gozaba de las noches de luna llena. Se recostaba sobre las piedras y miraba el cielo la noche entera. Conocía las estrellas y sus posiciones y por consiguiente podía saber donde aparecería cada una. Por eso esperaba  paciente por siglos, hasta que aparecía una en la que vivía una niña que echaba semillas en los cráteres para hacer crecer lunas y que cada vez que caminaba dejaba a su paso una fina capa de arenosa de polvo de estrellas. Como un fantasma se movía ya que podía aparecer y desaparecer aunque, en realidad,  para su visión que era infinitamente superior a la de cualquier humano, solo separaba cada átomo de su ser, cada fragmento de polvo y se reconstruía en algún otro lugar al que viajaba.
Ese ser de polvo de estrellas era lo más cercano que había tenido a una amiga en la vida.
Cada noche este ser contemplaba el cielo, escuchaba a las ranas, dibujaba en la superficie de los lagos y corría matando y sembrando vida a su paso.
Una madrugada, justo antes de amanecer, vio luces en la distancia y aun antes de esto escuchó y sintió el temblor de la tierra. Antes de eso, solo había sentido ese temblor cuando los caballos salvajes corrían por praderas… sabía que ahora significaba algo completamente diferente.
Luces por la noche, ruido por el día. Los caballos de acero rompían cada centímetro de roca y perforaban la tierra cada día. Aun en la distancia, podía escuchar los llantos de las raíces siendo arrancadas y sabia que estaba mal.
Cuando acababa con una plata a su paso era algo natural, designios del libro de la vida, pero esto, no era así. Esta rudeza era antinatural. El libro lo decía. La crueldad necesaria para matar a un ser solo es valida cuando ese es el destino, pero este no lo era. Esto era el trastorno de la vida, el libro de la vida convirtiéndose en muerte. Desde cada rincón donde se escondía  sentía a la tierra temblar y la montana llorando en su lenguaje secreto.
Las nubes pasaban mas bajo, acariciando las cumbres con dedos como tentáculos, consolándola, pero aun así, la montaña lloraba, y los arboles, y cada criatura salvaje que al igual que ella debía ahora irse de su hogar.
Sentada en mitad del bosque, se concentró en escuchar cada lamento, en que jamás se le olvidaran los nombres de los que se perdían para siempre en esa matanza. Grabando sus gritos en la memoria ancestral cuando un grito diferente se atravesó en su mente.
Primero fue un tronido, después el chirrido de metales retorciéndose y un golpe muy fuerte acompañado de un grito.
Gatillada por algo inexplicable corrió hacia el lago y ahí, en medio había un hombre que yacía bajo un montón de metal y se hundía entre el fango y el agua bajo el peso.
“¡No te muevas, Mike! ¡Aguanta,  voy por ayuda!”, gritó otro hombre con botas y casco justo antes de dar media vuelta y salir corriendo del otro lado del lago.
En medio, enredado entre cables una grúa que se había roto y ahora se hundía rápidamente en las profundidades del lago, se encontraba un hombre que gritaba adolorido y aterrorizado.
Observó como se hundía en el agua poco a poco y sintió su corazón agitado en la distancia. Sin saber porque, dio un paso en el agua y así se fue acercando al hombre  primero caminando y luego nadando bajo la superficie.  Al llegar a él sujetó el metal con una mano y con la otra arrancó los cables que le mantenían unido al pesado metal que le arrastraba al fondo. Sujetó al hombre con una mano y lo levantó llevándolo hasta la orilla.
El hombre que aun estaba conmocionado no se dio cuenta de que o quien lo había sacado del agua hasta que estuvo en la orilla. Se aferraba al cuello de la criatura y sus cabellos húmedos como a cuerdas de salvación. Fue hasta que la criatura lo depositó en la orilla que  tras tomar aire le contempló.
Aterrorizado dio un salto hacia atrás tropezando con una roca y resbalando en el fango. Su grito, con el aliento apenas recuperado, no fue muy fuerte, pero si lo suficientemente aterrador para hacer entender a la criatura que no importaba si le había salvado, ahora estaba aterrorizado por su causa.
Antes de que la criatura pudiese reaccionar el hombre se llevó la mano a la cintura y de un cinturón sacó una navaja y la alzó entre la criatura y él.
Siempre la misma historia, siempre la misma reacción. Siempre la misma historia.
Haciendo caso omiso de sus gritos y de cómo agitaba el cuchillo frente a ella, la criatura dio media vuelta y se alejó en silencio volviendo a ese lugar donde se guardan las cosas que nunca debieron ver la luz.




24 de marzo de 2011, 2:46 a.m.




Esa última línea se me hizo muy triste…



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